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Mijaíl Bakunin

 

     Una vez adoptado el principio —absolutamente falso, en nuestra opinión— de que el pensamiento precede a la vida y de que la teoría abstracta precede a la práctica social, y que la ciencia sociológica debe convertirse en punto de partida de reorganizaciones y de revoluciones sociales, llegaron necesariamente a concluir que, puesto que el pensamiento, la teoría, la ciencia —al menos por ahora— constituyen el patrimonio de unos pocos, esos pocos deben dirigir la vida social y no sólo fomentar y estimular, sino gobernar todos los movimientos populares y que, apenas producida la revolución, la neeuva organización de la sociedad deberá crearse no a través de la libre integración de las asociaciones de trabajadores, de loso pueblos, de las comunas y de las regiones desde abajo hacia arriba, según las necesidades y los instintos del pueblo, sino exclusivamente por medio del poder dictatorial de esa minoríai instruida que pretende expresar la voluntad del pueblo.

 

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     Cualquier teoría lógica y clara del Estado está basada fundamentalmente en el principio de autoridad, es decir, la idea eminentemente teológica, metáfisica y política, de que las masas, siempre incapaces de gobernarse, deben en todo momento someterse al yugo beneficioso de una sabiduría y de una justicia que les son impuestas, de uaan manera o de otra, desde arriba. ¿Impuestas en nombre de qué y en nombre de quién? La autoridad que es reconocida y respetada por las masas sólo puede provenir de tres fuentes: la fuerza, la religión o la acción de una inteligencia superior.

 

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