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iuristantum

Pedro Salinas

 

¡Si tú misma no sabes

que no te has acabado!

Cruzas las manos, blancas,

te callas las venas,

cierras los ojos,

no te mueves, de miedo

a estar ya cara al cielo,

delgadas tablas entre

la tierra y tú.

Te resignaste ya

a la enorme sospecha:

se acabó.

¡Qué sumisión a esa

muerte

que tú crees aquí!

Pero que está tan lejos,

tan lejos, yo lo veo.

Sueño, sí, no la muerte.

La señal más segura

es que no estarás sola

como los muertos cuando

abras los ojos. (Sola

ya detrás del gran mundo.)

No.

Al abrirlos verás

que estaba yo a tu lado,

esperando y por eso,

por estar yo esperando,

nada más que por eso

—no por el sol y el año,

y lo azul y las huellas—,

no será la muerte, no.

Sueño, sí, con su aurora.

 

2 comentarios

Pedro Salinas -


¿Las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinidad, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres.
No pueden
vivir así ya más: están al borde
del morir de las sombras, que es la nada.
Acude, ven conmigo.
Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo.
Los dos les buscaremos
un color, una fecha, un pecho, un sol.
Que descansen en ti, sé tú su carne.
Se calmará su enorme ansia errante,
mientras las estrechamos
ávidamente entre los cuerpos nuestros
donde encuentren su pasto y su reposo.
Se dormirán al fin en nuestro sueño
abrazado, abrazadas. Y así luego,
al separamos, al nutrirnos sólo
de sombras, entre lejos,
ellas
tendrán recuerdos ya, tendrán pasado
de carne y hueso,
el tiempo que vivieron en nosotros.
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.

Pedro Salinas -

Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las aguas
de la bondad sin fondo,
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.
Ceñida en tu silencio.
Sí y no, mañana y cuando
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.
¡Cuidado! que te mata
—fría, invencible, eterna—
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.