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Homo Ludens

 

 

- Hypokeimenon

          No recuerdo el nombre de aquel santo mártir que fue condenado a morir en la hoguera. Con sus últimas palabras, amorosamente, le dijo a un chiquillo que acercó traviesamente una rama para alimentar el fuego: "Sancta simplicitas". Al final será eso, simplicidad.

          Ay, Bonaventure, tú y tus juegos.

 

- Bonaventure de Fourcroy

          No fue un chiquillo, Fundamento, sino una mujer; y el nombre de tu santo mártir es Juan Hus. Ya sabes lo que me gustan estos acertijos; éste ha sido muy sencillo, no he tenido más que mirarme en el espejo (¡viva la simplicidad!). No hay absurdo mayor que revelar la naturaleza del Absurdo, o pretender hacerlo. Mezclar "actu exercito" con "actu signato", leer con el ojo derecho a Aristóteles y con el izquierdo la fecha de caducidad de un yogur de piña desnatado. Y leer y comer, más acullá de la metáfora del alimento espiritual. Frecuento el absurdo "cum grano salis", pues no me gustan los sinsentidos; la sutileza, en cambio, me fascina.

              Me fascina usted, ya se lo dije, señorita sutileza; pero son muchos los rostros que transitan por la Vía Apia, y muchos los cantos que invocan al silencio y que hacen más llevadera la soledad del caminante. Guárdese de la pereza mental, tiene mil disfraces.

              Sí, Fundamento, yo sólo deseo jugar.

 

- Entelequia

               Un buen día, muchos yogures atrás, pregunté a una señora que pasaba si era capaz, detrás de la ilusión, de ver mi rostro. La señora no se detuvo, me guiñó un ojo, o eso creí, y continuó su camino. Es notable como el presente justifica al pasado. Ayer recordé -yo que nunca recuerdo nada- el consejo que alguien me dio un mal día, yogures y yogures atrás: "no luches con monstruos o te convertirás en un monstruo". Las palabras, a veces, cantan como las sirenas. Algunos son aquello con los que interactúan. Detrás de la ilusión no hay nada. Soy el disfraz. Practicamos el involuntario arte de la mímesis y son muchos los rostros que transitan por la vía Apia. De todos ellos —lo únicos, los múltiples—, son los que por aquí merodean los que más placer me da leer. Sutilezas, sinsentidos, metáforas, espejos. Me fascinan ustedes.

               Dicen, Kristeva y un poeta militar lo confirman, que “Escribir es pensar”. Si eso es cierto, si se piensa incluso cuando se piensa no pensar -scribo, ergo sum-, teniendo en cuenta que aquí sólo existimos cuando escribimos, y no somos más que lo que escribimos, entonces al reflexionar la reflexión se ejerce; la reflexión es el acto mismo. Sofista... Se es sutil, absurdo, ininteligible o incoherente aun cuando no se quiera... Es curioso, tanta ridiculez y sinsentido me evoca esa triste hipótesis que afirma que, se escriba lo que se escriba, todo libro, de aquí al Big Crunch, es un clásico en potencia esperando a su lector. Lo execrable sería, como la traición, cuestión de perspectiva. En el futuro todo escritor tendrá sus quince minutos de fama. Santa simplicidad, ¿qué más nos queda?

                Santa simplicidad y café con tostadas. Yo sólo quiero jugar, jugar por jugar.

 

- Bonaventure de Fourcroy

          Un ilustre escritor -pero no militar- , en tiempos menos vertiginosos -pero más fresquitos-, me contó una vez, al pairo de un vermut con aceituna y una pipa encendida con sosiego, que lo mejor de su oficio es que uno no tiene más remedio que olvidarse de sí mismo para recordarse constantemente en los demás. No es que así quisiera decirme, el ínclito plumífero, que estuviera embarcado, cual errante holandés, en una aventura de parodia inacabable, o que, al troche de sorbito por aquí y al moche de caladita por allá, no hubiera otra alternativa que aceptar que hasta la más perfumada de las flores tuvo alguna vez su origen en el abono, sino que -¿y qué, si no?- para esto del cálamo o el dígito en plan “o sea, es que, mira-tú-por-dónde” hay que tener, mantener y aún sostener elefantiásicos viveros de imaginación.

        Muy preocupado por la salud de su señora, y acabado mi vaso de agüita del tiempo -fresquita, fresquita-, me despedí de él con la misma impresión -así me pareció en la ingenuidad de mi candidez inocente de entonces- que tuviera un griego sofista al que estuvieran descubriéndole por cuadragésimo-nona vez el Mediterráneo. Y sin embargo, la gracia del ritual carnavalesco con que adornó su sentida declaración, el variadísimo repertorio de rostros demudados con que nos obsequió, no sólo a mí sino aún sobre todo al público inopinadamente circundante, y su manifiesta tendencia al carraspeo incontrolado pero ritmado en un compás de cuatro por cuatro, hizo que, por así decirlo en metáfora pastelera, esa magdalena no necesitara de los servicios de ningún café para ser engullida.

        Es que yo, qué le vamos a hacer, soy así de impresionable. Guárdese de la pereza mental y también de sus disfraces: Helo así más preciso.

        Por lo demás, cada vez soy más de la opinión de que elegimos hasta nuestros olvidos, de que la voluntad tiene los dedos muy largos: Cosas de la erótica femenina, que es, no nos engañemos, la única erótica posible.

        Practiquemos la simplicidad y llamémosla sencillez: De lo que nos convoca, sin pistas y ni pío.

 

 

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