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Progenie

 

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Para Jessica, mi hija (Mark Strand)

Esta noche, salí a caminar
cerca de casa, y tuve miedo no
del camino sinuoso que tomé
en el amor y el ego, sino más
bien de lo oscuro y lo lejano. Anduve
oyendo el viento y percibiendo el frío,
pero a mí me afligían las estrellas
que ardían en el gran arco del cielo.

Jessica, es más sencillo concebir
nuestras vidas andando entre el efímero
resplandor de las hojas, disfrutando
de aquello que tenemos, que pensar
cómo será posible que unos seres
como nosotros, tan pequeños, puedan
atravesar lo oscuro sin buscar
algún rumbo visible o un destino.

Sin embargo, recuerdo que hubo veces
en que debajo de ese mismo cielo
cada hueso del cuerpo se hizo luz
y la herida del cráneo se abrió para
que entrara el cosmos con sus fríos rayos,
y fueron, un instante nada más,
ellos mismos el cosmos; hubo veces
en que llegué a creer que éramos hijos
de las estrellas, que nuestras palabras
estaban hechas de ese mismo polvo
que flamea en el espacio; aquellas veces
sentía en lo incorpóreo del aliento
que el peso de un día entero se apoyaba.

Sin embargo, esta noche es diferente.
Con miedo de las sombras en que andamos
o desaparecemos por completo,
me imagino una luz que no permita
que vaguemos muy lejos; una luna
secreta o un espejo; alguna hoja
de papel, o algo que puedas llevar
por lo oscuro cuando yo ya no esté.
*

Para mi hija (Weldon Kees)

En los ojos de mi hija, veo ocultas debajo 
de la inocencia de la carne amanecida
señales de la muerte que ella aún no sospecha.
El más frío de los vientos agitó sus cabellos,
y maniató una red de algas sus manos ínfimas;
el pausado veneno de la noche, anodino
e indulgente impulsó su sangre por sus venas.
Unos años resecos que yo vi, que podrían
ser suyos, aparecen: una muerte inminente
en cierta guerra, verdes sus piernitas delgadas.
O, alimentada a base de odio, saborea
el aguijón de la agonía de los otros;
quizá es la novia cruel de un tonto, o un sifilítico.
Estas disquisiciones se agrian bajo el sol.
No tengo hija. Ni quisiera tener una.
*

A mi hija (Joseph Brodsky)

Si tuviera otra vida, estaría cantando
en el Caffe Raffaella. O simplemente ahí
sentado. O bien de pie, como si fuera un mueble
en un rincón, si acaso esa vida resulta 
ser un poquito menos generosa que la otra.

Y en parte, porque desde ahora ningún siglo
se las podrá arreglar sin jazz o cafeína,
soportaré este daño, y a través de mis grietas
y mis poros, cubierto de barniz y de polvo,
te veré en veinte años, en la flor de la edad.

Lo importante es que sepas que andaré por ahí.
O más bien que un objeto inanimado podría 
ser tu padre, más aún si acaso los objetos
son más viejos que vos, o más grandes. De modo
que vigilalos siempre: te juzgarán, sin duda.

Igual, amá esas cosas, las encuentres o no.
Además, es posible que aún recuerdes alguna
silueta o un color, mientras que yo hasta eso
voy a perder con el resto del equipaje.
Por eso estos versitos un poco acartonados, 
en el idioma que tenemos en común.



 

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