Ana Nuño
Porque, en efecto, nuestros gimnastas nos proponen un “Pilates” paradójico: no mueva usted un solo músculo moral, y verá lo rápido que logra emular esta postura, por lo demás tan complicada.
Pero es un “Pilates” viejo, qué digo viejo, antañón. Al que la inteligencia hemipléjica “côté gauche” es muy afecta. Recordaré sólo un caso célebre y relativamente reciente, el del suicidio de Sylvia Plath. Muy brevemente: esta poeta norteamericana se quitó la vida a los 30 años, un día de febrero de 1963, metiendo su cabecita (linda cabecita) en el horno del piso de alquiler donde vivía y abriendo el gas. Meses antes la había dejado su marido, el también poeta Ted Hugues. Ella se encontró teniendo que ocuparse de los dos hijos habidos del matrimonio, de corta edad ambos, y sin dinero ni trabajo. Para colmo, el invierno aquel, al que no sobrevivió, fue uno de los más crudos registrados en Londres en muchos años.
Pues bien, la versión canónica del suicidio de la Plath, acuñada por el crítico Al Alvarez y hasta el día de hoy repetida cual salmodia por los hemipléjicos del planeta literario, que también son legión, reza así: “Why did she kill herself? In part, I suppose, it was "a cry for help" which fatally misfired. But it was also a last desperate attempt to exorcise the death she had summed up in her poems.” Versión corta (la más socorrida por los plumíferos): “The more she wrote about death, the more fertile her imaginative world became.”
El suicidio es una forma más de morir. Los romanos fueron los últimos, en nuestra civilización occidental, en no estigmatizarla. Si tu vida es un callejón sin salida, por causa de una enfermedad o un revés de fortuna, quitártela no sólo es preferible a prolongar una existencia dolorosa, miserable o las dos cosas, sino que también es una manera de ponerle el punto final donde al interesado le parezca que perdurará, en una versión menos degradada (los romanos habrían dicho “más honrosa”), en la única forma de inmortalidad que conocemos, en la memoria de quienes te conocieron, apreciaron y quisieron.
Todo lo otro, el manoseo promiscuo de los eutanásicos y el titilarle el morbo a Lázaro, además de obsceno, es una muestra más de la puerilidad de nuestros expertos en Pilates.
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