Horacio
Del tiempo que separa a Ínaco de Codro,
que no temió la muerte por su patria,
de eso quieres hablar, y de la estirpe eácida,
y de las guerras bajo Ilión sagrada;
a cuánto compraríamos un buen vino de Quíos
y quién calentaría el agua al fuego;
en la casa de quién, y a qué hora del día
he de quitarme este pelignio frío,
acerca de eso, callas. Vamos, ofrece un brindis,
al novilunio y a la medianoche;
vamos, brinda, muchacho por el augur Murena:
según la voluntad, las copas mezclan
tres o nueve medidas. El vate estupefacto,
que ama a las musas porque son impares,
exigirá tres veces tres medidas; prohibe
ir más allá de tres, temiendo riñas
la Gracia, en compañía de desnudas hermanas.
A mí, me place enloquecer. ¿Por qué
la flauta berecintia detiene su soplido?
¿Y la siringa, por qué cuelga al lado
de la tácita lira? Detesto con pasión
a la mano ahorrativa: esparce rosas
que el envidioso Lyco oiga el furioso estrépito
y que lo escuche esa mujer que tiene
poco apropiada para un viejo como él.
A ti, por tu cabello refulgente,
Télefo, inmaculada estrella de la tarde,
idónea para ti te busca Rhode;
y a mí me abrasa, lento, el amor de Glycera.
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