Big Fish
-He sido un buen padre -dice.
Suelta esa afirmación, en absoluto incontrovertible, como en espera de mi veredicto. La examino, lo examino a él.
-Eres un buen padre.
-Gracias -me dice, con un leve aleteo de las pestañas, y parece que he dicho lo que quería oír. Eso es lo que significa la expresión -últimas palabras-: son las llaves que abren la puerta de la otra vida. No deberían llamarse últimas palabras, sino santo y seña, porque te permiten marcharte en cuanto se pronuncian.
-Y ¿entonces? ¿Cómo lo ves hoy, papá?
-¿Cómo veo qué?
-Dios, el cielo, esas cosas. ¿Qué crees: sí o no? Quizá mañana lo verás de otra manera, ya lo sé. Pero ahora, ahora mismo, ¿cómo lo ves? Me interesa mucho saberlo, papá. ¿Papá? -repito, porque me da la sensación de que está alejándose de mí, sumiéndose en el más profundo de los sueños-. ¿Papá?
Y él levanta los párpados y me mira con sus ojos azul pálido como los de un niño, en los que hay una repentina premura, y me dice, le dice al hijo que aguarda su muerte junto a su lecho, dice así:
-¿Pinocho?
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