Durante su última estancia en Londres, un rey, cuyo nombre no hace al caso, visitó cierto centro al que yo solía asistir con gran frecuencia. Allí habló largamente con unos y con otros, se retrató con varios y cenó con la mayoría. ¿Y qué tal? les dijo yo a algunos amigos. ¿Qué impresión les ha producido a ustedes? ¡Oh! ¡Magnífica! me contestaron. Es un rey verdaderamente inteligente... Yo no he dudado nunca de la inteligencia del rey en cuestión. Por eso me choca este afán con que todo el que habla con él se apresura a proclamarla. En su caso, yo me ofendería. La palabra inteligente, en efecto, me parece un adjetivo par perros más bien que para personas. ¡Si se tratase de decir que el rey de que hablamos posee una inteligencia excepcional, superior a la del promedio de sus súbditos!... Pero cuando yo les rogué a mis amigos que me repitieran alguna de las máximas profundas en donde esa inteligencia privilegiada se hubiese revelado, me dijeron a coro que no tomase el rábano por las hojas. ¿Es que hace falta ser un Séneca para ser un hombre inteligente? me contestaron. No. El rey no ha dicho ninguna máxima profunda; pero durante un par de horas ha hablado con nosotros de temas muy diversos y no ha incurrido en ninguna tontería. Y aquí no cabía eso de haberse aprendido la lección, ni por el tiempo que duró la charla, ni por las diferentes materias que se trataron en ella... Es decir, que, al llamarle inteligente, mis amigos no se proponían otra cosa sino afirmar que el rey en cuestión era un ser dotado de inteligencia. ¿Qué idea tendrían esos hombres de la realeza? Llega un rey a una reunión. Se habla de Polonia. Se ve que el rey ha leído, poco más o menos posee sobre la política polaca las mismas vagas ideas que uno posee. Además, se ve que habla llanamente, como todo el mundo, diciendi "sí, sí", "claro está", "me hago cargo", "desde su punto de vista no deja usted de tener razón, pero por otro lado..." y cuando el rey se va, las gentes se quedan estupefactas. Pues oiga usted le dice uno a otro. ¿Sabe usted que tienen razón los que dicen que este rey es inteligente? Muy inteligente... Sumamente inteligente... contesta el otro. Y es que es inútil. Ni los monárquicos ni los antimonárquicos puden imaginarse a un rey como a un hombre de carne y hueso queu lee periódicos y fuma pitillos. Para la mayoría de los hombres, un rey se parece más a un rey de bastos o de copas que a un compañero de tertulia. Todas las cualidades vulgares nos resultan maravillosas en un rey: el que tenga sentido común, el que le guste el arroz, el que juegue al billar, el que use cuellos blandos o cuellos de pajarita...
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Julio Camba -
Durante su última estancia en Londres, un rey, cuyo nombre no hace al caso, visitó cierto centro al que yo solía asistir con gran frecuencia. Allí habló largamente con unos y con otros, se retrató con varios y cenó con la mayoría.
¿Y qué tal? les dijo yo a algunos amigos. ¿Qué impresión les ha producido a ustedes?
¡Oh! ¡Magnífica! me contestaron. Es un rey verdaderamente inteligente...
Yo no he dudado nunca de la inteligencia del rey en cuestión. Por eso me choca este afán con que todo el que habla con él se apresura a proclamarla.
En su caso, yo me ofendería. La palabra inteligente, en efecto, me parece un adjetivo par perros más bien que para personas. ¡Si se tratase de decir que el rey de que hablamos posee una inteligencia excepcional, superior a la del promedio de sus súbditos!... Pero cuando yo les rogué a mis amigos que me repitieran alguna de las máximas profundas en donde esa inteligencia privilegiada se hubiese revelado, me dijeron a coro que no tomase el rábano por las hojas.
¿Es que hace falta ser un Séneca para ser un hombre inteligente? me contestaron. No. El rey no ha dicho ninguna máxima profunda; pero durante un par de horas ha hablado con nosotros de temas muy diversos y no ha incurrido en ninguna tontería. Y aquí no cabía eso de haberse aprendido la lección, ni por el tiempo que duró la charla, ni por las diferentes materias que se trataron en ella...
Es decir, que, al llamarle inteligente, mis amigos no se proponían otra cosa sino afirmar que el rey en cuestión era un ser dotado de inteligencia. ¿Qué idea tendrían esos hombres de la realeza? Llega un rey a una reunión. Se habla de Polonia. Se ve que el rey ha leído, poco más o menos posee sobre la política polaca las mismas vagas ideas que uno posee. Además, se ve que habla llanamente, como todo el mundo, diciendi "sí, sí", "claro está", "me hago cargo", "desde su punto de vista no deja usted de tener razón, pero por otro lado..." y cuando el rey se va, las gentes se quedan estupefactas.
Pues oiga usted le dice uno a otro. ¿Sabe usted que tienen razón los que dicen que este rey es inteligente?
Muy inteligente... Sumamente inteligente... contesta el otro.
Y es que es inútil. Ni los monárquicos ni los antimonárquicos puden imaginarse a un rey como a un hombre de carne y hueso queu lee periódicos y fuma pitillos. Para la mayoría de los hombres, un rey se parece más a un rey de bastos o de copas que a un compañero de tertulia. Todas las cualidades vulgares nos resultan maravillosas en un rey: el que tenga sentido común, el que le guste el arroz, el que juegue al billar, el que use cuellos blandos o cuellos de pajarita...