Humanos
¿Qué es lo que nos hace humanos? fue la pregunta estelar de una magna reunión de científicos, el año pasado en Nueva York. Detallo telegráficamente las respuestas: recordar (Minsky), razonar (Dennett), la conciencia de sí (Gates), el lenguaje (Rose), generar hipótesis y establecer medidas (Vamus), el tamaño del cerebro (Churchland). Uno de los miembros del panel, la embrióloga Renee Reijo, dijo que somos genuinamente humanos desde la concepción. Y lo justifica en un elaborado y fascinante razonamiento que incluye este reto: «Necesitamos comprender cómo una célula toma una decisión.»
De la diversidad de las respuestas se deduce la imposibilidad de obtener un patrón objetivo sobre la cuestión. Y se deduce asimismo el correlato: todos los fundamentos para legislar sobre el aborto se basan en creencias. Las creencias de la ministra Aído y las del ministro Rouco. De ahí el relativismo ambiguo que supone, por ejemplo, la llamada ley de plazos, mero intento de mediar entre creencias y de orillar pragmáticamente la cuestión crucial. Es decir, si el aborto forma parte de esa repetida necesidad de lo humano de volverse contra sí mismo a fin de cumplir el implacable mandato de supervivencia de la especie.
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