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Leo Strauss

 

 

I. Sobre la Política de Aristóteles

 

      Es más urgente señalar que en parte como consecuencia de la noción moderna de "desarrollo", la distinción clásica entre naturaleza y convención, según la cual la naturaleza posee una dignidad mayor que la convención, ha sido recubierta por la distinción moderna entre naturaleza e historia, según la cual la historia (el reino de la libertad y los valores) posee una dignidad mayor que la naturaleza (que carece de propósitos o valores); por no afirmar, como se ha hecho, que la historia incluye a la naturaleza que es esencialmente relativa para la mente esencialmente histórica.


(...)


      Las artes son susceptibles de un refinamiento infinito, por lo tanto progresan, y como tales de ningún modo se ven perturbadas por el progreso. El caso de la ley es distinto, debido a que la ley debe su fuerza, esto es, su poder de obediencia, como dice aquí Aristóteles, por completo a la costumbre, y la costumbre surge sólo después de un largo período de tiempo. La ley, en contraposición a las artes, no debe en nada su eficacia a la razón, o lo hace sólo en muy pequeña medida. Por evidente que resulte lo razonable de un a ley, su razonabilidad se ve oscurecida por las pasiones que refrena. Estas pasiones sustentan máximas u opiniones incompatibles con la ley. Estas opiniones engendradas por la pasión a su vez deben ser contrarrestadas por opiniones opuestas engendradas por la pasión y engendradoras de pasión que no son necesariamente idénticas a las razones de la ley.


(...)


      Los actos del mercado son en sí voluntarios, mientras que el Estado coacciona. No obstante, el carácter voluntario no es una prerrogativa del mercado; ante todo, es la esencia de la virtud genuina, que se distingue de la meramente utilitaria. De aquí se infirió en los tiempos modernos que como la virtud no puede ser producto de la coerción, el fomento de la virtud no puede ser el objetivo del Estado; no porque la virtud carezca de importancia, sino a causa de su carácter elevado y sublime, el Estado debe ser indiferente a la virtud y el vicio como tales, distintos de la transgresión de las leyes del Estado, cuya única función es la protección de la vida, la libertad y la propiedad de cada ciudadano. Observemos al pasar que este razonamiento no presta la suficiente atención a la importancia del hábito o la educación en la adquisición de la virtud. Este razonamiento lleva a la consecuencia de que, o bien la virtud y la religión deben volverse privadas, o bien la sociedad, en tanto distinta del Estado, es menos la esfera de lo privado que de lo voluntario. La sociedad, entonces, comprende no sólo lo subpolítico sino también lo suprapolítico (la moral, el arte, la ciencia). La sociedad entendida de este modo ya no es una sociedad propiamente dicha, ni siquiera una civilización, sino una cultura. Sobre esta base, lo político debe entenderse como derivación de lo cultural: la cultura es la matriz del Estado.

 

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