Netiquette
I
Quién sabe, a lo mejor por eso es que el "tú" es el pronombre, tácito o no, más sobreentendido en los blogs. En todo caso, esta razón (quizás "imaginada") se añade a las muchas otras que me hacen amable la red y su guirigay cotidiano, ámbito del tu quoque y el ad hominem, tan alejado de los delirios imaginativos del yo y el él.
II
Eso sí, también aquí hay jerarquías: no es lo mismo el ad hominem informado que el ignorante.... también son (los blogs) lugares propicios para los do ut des, los pro domo sua y otros provechos. Sin olvidar la circunstancias magnis itineribus que los caracterizan ni la cantidad verdaderamente "legionaria" de miles gloriosus que los tienen como lugar de tránsito o residencia habitual.
III
Imaginemos, por un momento, éste nuestro pequeño rincón transformado en bestiario. Un bestiario particular, naturalmente, cortado a la medida de quienes lo habitamos. Imaginémonos -más que personajes o personas- bestias imaquinarias -por cibernéticas- pululando de una jaula a otra -de un tema al que le sigue-, sin más intención, ni motivo, ni deseo, que mostrar a quien nos lee la diversidad de aullidos, bramidos, maullidos..., pelos, garras, cuernos..., actitudes, manías y atavismos..., generados por la reclusión de este jardín zoológico que obliga, de modo casi natural, a la trasgresión del comportamiento.
Supongamos, Cortázar dixit (Paseo entre las jaulas, en Territorios) que tal mutación sea adecuada:
"... es bueno seguir multiplicando los polvorines mentales, el humor que busca y favorece las mutaciones más descabelladas [...] es bueno que existan los bestiarios colmados de transgresiones, de patas donde debería de haber alas y de ojos puestos en el lugar de los dientes."
Que sea función de la página transformar la supuesta normalidad de las personas -o de los personajes- en anormalidad de raras bestezuelas dignas de figurar en cualquier compendio de zoología fantástica.
Porque ésa, y no otra, es la impresión que puede obtener un lector indeterminado al que la casualidad -o el google- haya dirigido hacia estos lares. Es la impresión que, de vez en vez y cada vez con mayor frecuencia, obtengo yo: basiliscos, dragones, golems, simurgs, arpías...
El hecho, en sí mismo, no me disgusta del todo -si tuviera un alma bien podría habérsela robado a la quimera de Flaubert, o a las panocias de la tierra del Preste Juan-. Lo que me intriga, lo que me destantea, lo que a ratos me divierte -y en otros me descuadra- es el por qué de la metamorfosis. ¿Qué bebedizo, pócima, pomada o sortilegio convierte a quienes suponemos, fuera de esta página, personas normales, sensitivas, inteligentes y elegantes, en entes zoomórficos de catálogo?
Debe de ser -especulo- un efecto secundario de la telaraña. Escribir es -lo ha sido siempre-, un acto de exhibicionismo, casi de impudicia. Un modo de sacarse, en el mejor de los casos, la máscara -no sé si de animales, personas o personajes- que nos cubren el rostro. Y, en el peor, sustituir el antifaz usado por uno nuevo. Es, por lo tanto, un acto catártico y supongamos que beneficioso al equilibrio psíquico de quien escribe. Leer, por el contrario, supone un acto de espionaje en la intimidad ajena. El lector ahonda sobre lo que el escritor deja asomar, penetra más allá de las líneas, intuye, sobrescribe, interpreta -o malinterpreta, o desinterpreta- según códigos éticos, sociales, literarios, psicológicos... Construye, a partir de lo expuesto, un nuevo universo que, con frecuencia, es totalmente ajeno al que plantea el autor. En principio, y dadas las características de este zoológico nuestro, cualquiera de nosotros debería dotar a sus letras de referencias suficientes para permitir a los lectores la implementación del espacio de lectura, es decir, de la comprensión. Debería, pues, escribir en plural, dirigiéndose a todos y no a uno: respetar el código en vez de dejarse arrastrar por el instinto; practicar la contención en vez de arrasar; pensar en vez de embestir. Ceñirse la máscara de persona en vez de la testud de los astados y considerar -si acaso fuese posible- que no es bueno -a menos de querer ser confundido con basiliscos, dragones, golems o simurgs- actuar en el foro como asno en cristalería: A las puras patadas.
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