Jesús Lizano
Entré
y allí tenía la silla,
mi silla.
Nadie iba a sentarse,
nadie iba a ocupar mi puesto.
Cuando te contratan,
si es que te contratan,
va incluida la silla.
Allí te pasas
todo el tiempo, sentado
y bien sentado.
a eso sí, te levantas
de cuando en cuando
(también en las galeras
se levantaban de cuando en cuando).
Pero debes volver a ella,
el Ojo te vigila,
muchos ojos alerta.
Debes cumplir
el encargo...
La silla y tú,
eso sí que es dialéctica.
Yo soy yo y mi silla,
debió decir Ortega.
Pero Ortega
era un metafísico,
un metasillas:
qué sabía de sillas,
qué sabía de cuerdas
de presos.
No lo parece
pero esa silla
es una silla de ruedas,
es una silla eléctrica:
descargas lentísimas que te anulan,
que te esclavizan
sin darte cuenta
(y aunque te des cuenta).
Allí tenía mi silla
y si me fuera de allí
allí a donde fuera
me esperaría una silla.
Para el sillero
es evidente, es evidente,
que yo soy
la circunstancia de la silla...
La cuestión es tener
unas cuantas sillas
y mantener sentados, bien sentados,
a los que llegan.
(La Empresa...).
Y sillas en los teatros,
sillas en las escuelas,
sillas en las iglesias
(esas
que se llaman bancos),
sillas en los ateneos,
en las salas de espera
(qué es el mundo
sino una inmensa sala de espera).
Y sillas en las casas,
el alma llena de sillas.
Nacer
es sentarse en la silla
que te encuentras.
Me paso la vida vomitando sillas,
arrojando sillas,
sacando de mis sueños las sillas...
¡Hay que quemar todas las sillas!
Y aquí estoy:
en mi silla.
.
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