Lo veo chapotear en el estanque
de la infancia, luchando por no hundirse
con flotadores en los brazos flacos;
de vacaciones con su madre, miro
cómo lee de un tirón una novela
en la cama, con sus anteojos gruesos,
mientras afuera brilla el sol y todos
los demás chicos juegan en el patio;
podría imaginármelo recluido
en su cuarto, escapando de la furia
de la madrastra joven; o en la escuela,
comprimiendo la panza en un intento
frustrado por atarse los cordones;
lo contemplo aturdido en la cocina
mientras, en algún lado, carretea
el avión que está a punto de llevarse
su niñez para siempre; lo descubro
precoz, temblando junto al río, mientras
aprende en medio de la noche helada
una gimnasia nueva en otro cuerpo;
vuelvo a encontrarlo sobre el pasto húmedo,
bajo la bruma blanda de las drogas,
borracho, parloteando sin parar,
fumando un cigarrillo tras de otro
con un único amigo; lo sorprendo
atormentado por el sexo, a solas
frente al amor y su atavismo, lúcido
en ser ingenuo sin saberlo; miro
cómo se abren sus músculos y crece
la flor de su estatura; cómo, mientras
se va cubriendo de deseo ajeno,
lo quema como un rayo silencioso
el suyo propio; en la universidad,
lo veo con la mano levantada
hacer una pregunta inconveniente;
lo miro convertirse, en poco tiempo,
en un novio serial, en el marido
más probable; lo encuentro con los ojos
abiertos, en la noche conyugal,
mirando las esquirlas de la luz
que pasan a través de la persiana
entrecerrada y flotan por el techo;
lo veo suspendido por el aire
en su asiento asignado, sin poder
dormir, con el estómago revuelto
por su futura decisión, y un vaso
de plástico en la mano; lo descubro
solo otra vez, perdido entre la música,
con los dientes cubiertos de cemento,
intentando aprender cómo se vive
de un fogonazo cegador a otro;
observo cómo flota entre lo frágil,
de espaldas, mansamente; lo contemplo
recluïdo en sí mismo, encaramado
al borde de su propia juventud.
de la infancia, luchando por no hundirse
con flotadores en los brazos flacos;
de vacaciones con su madre, miro
cómo lee de un tirón una novela
en la cama, con sus anteojos gruesos,
mientras afuera brilla el sol y todos
los demás chicos juegan en el patio;
podría imaginármelo recluido
en su cuarto, escapando de la furia
de la madrastra joven; o en la escuela,
comprimiendo la panza en un intento
frustrado por atarse los cordones;
lo contemplo aturdido en la cocina
mientras, en algún lado, carretea
el avión que está a punto de llevarse
su niñez para siempre; lo descubro
precoz, temblando junto al río, mientras
aprende en medio de la noche helada
una gimnasia nueva en otro cuerpo;
vuelvo a encontrarlo sobre el pasto húmedo,
bajo la bruma blanda de las drogas,
borracho, parloteando sin parar,
fumando un cigarrillo tras de otro
con un único amigo; lo sorprendo
atormentado por el sexo, a solas
frente al amor y su atavismo, lúcido
en ser ingenuo sin saberlo; miro
cómo se abren sus músculos y crece
la flor de su estatura; cómo, mientras
se va cubriendo de deseo ajeno,
lo quema como un rayo silencioso
el suyo propio; en la universidad,
lo veo con la mano levantada
hacer una pregunta inconveniente;
lo miro convertirse, en poco tiempo,
en un novio serial, en el marido
más probable; lo encuentro con los ojos
abiertos, en la noche conyugal,
mirando las esquirlas de la luz
que pasan a través de la persiana
entrecerrada y flotan por el techo;
lo veo suspendido por el aire
en su asiento asignado, sin poder
dormir, con el estómago revuelto
por su futura decisión, y un vaso
de plástico en la mano; lo descubro
solo otra vez, perdido entre la música,
con los dientes cubiertos de cemento,
intentando aprender cómo se vive
de un fogonazo cegador a otro;
observo cómo flota entre lo frágil,
de espaldas, mansamente; lo contemplo
recluïdo en sí mismo, encaramado
al borde de su propia juventud.
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